Hay una mujer cuyo nombre
parece de oro y a veces lo es,
Su nombre es el de libertad
en el corazón,
de Humanos que cubren al mundo
con su trabajo y su vaso de vino,
Les dicen de todo cuanto hay,
en fuertes discursos
Con qué rumbo parten aquellos,
que hablan todo el día entero,
Cabalgan en mulas de acero creyéndose todo,
La muerte les llega sin copa,
sin ropa ni tono en la capa,
Ya que la ley de la tierra entera,
Es más fuerte que su vanidad,
Y la haría polvito por ti, hombrecito en el tiempo,
Tus cielos son perdones,
en tierras más allá del ancho mar.
Un niño y su espacio perdido,
Herencia de gloria pisoteada toda,
Son leyes de una salvajada
escritas en qué,
Me pisan, me eyectan, me atraen, me adulan
Como si fuera una variable,
Que piensa cosas agradables,
te creen así.
Ser cauce que construye valles,
que afirma lo que nos rehace,
Que crece que ama en el tiempo igual que una loba,
Soy hombre, mujer, niño y padre
en este planeta celeste,
Y dime quién fue el primer ser humano,
Humillado y retado por todos,
No fue acaso un poquito más sabio entendiéndote a ti, a mí
Al viejo y despojado,
al loco de remate que ama mucho.
Cariño y tormento, verdad y mentira,
Conversamos lugares comunes,
No se trata de invadir,
sí de madurar
Con palmas en mi mano diestra,
Y aquí en mi siniestra una copa vacía,
Quizás es sólo un mal entendido,
me pierde tu odio,
No quiero tu oso granate y guarda tu águila blanca,
No sea que acaso se mueran de sed y de hambre,
No creas ser dueño de todo, ni quiebres las alas al cisne,
Porque la ley de la tierra entera,
Es más fuerte que tu vanidad,
Y la haría polvito por ti, hombrecito en el tiempo,
Tus cielos son perdones, en tierras más allá del ancho mar. .