Habían, un día,
pasado los tordos y los chincoles,
las diucas y los zorzales
llevándose en sus gorjeos insaciables
la savia prístina y los átomos almibarados
de las uvas silvestres.
Una mariposa azul,
enana,
tenía pintado en sus alas claras, sus alas claras
los últimos vestigios
de la memoria.
Ella sabía,
de efímera fuente,
que las hojas casi secas
de las parras
iban a continuar irremediablemente
meciéndose
en la nostalgia del olvido.
Mientras
los zarcillos inútiles del destino
la despedirían, también,
enroscándose encaprichados
en la transparencia matriz
"ya cuajados de estrellas están nuestros dominios"